Empecé a caminar mucho de adolescente. Iba andando al colegio situado a unos veinte minutos de casa y recorría el camino cuatro veces por día.
Vivía rodeada de frutales y especialmente de manzanos. Parar para elegir una manzana, dulce y jugosa me parece hoy día un lujo que tuve la suerte de poder disfrutar!
El resto del tiempo también me desplazaba andando y andando íbamos a todas partes con mis amigas.
Siempre me han gustado las excursiones y nunca me han asustado las largas caminatas.
No tengo ni idea de los kilómetros que tengo acumulados pateando mi mundo, me impresionaría saberlo, sin duda, porque sé que son muchos, muchos, muchos.
Cuando me formé en Sofrología, descubrí que caminar con consciencia en el aquí y el ahora, atento a tu respiración, era una forma de meditar. Y entonces me alegré mucho, porque había tirado la toalla, meditar sentada no era para mi!
Recientemente descubrí, casualmente, la marcha afgana. Una forma de caminar que practican los nómadas en Afganistan de forma innata y que consiste en sincronizar la respiración con los pasos.
En realidad, me recordó algunas de nuestras prácticas de Sofrología en relación con la marcha consciente.
La marcha afgana te permite recorrer muchos kilómetros sin agotarse, es de gran ayuda para ahorrar energía.
Descubrir esta forma de caminar me vino de perla porque empezaba a notar que me cansaba más fácilmente cuando salía a caminar.
Caminar es una actividad saludable, lo sabemos todos. La marcha nórdica por ejemplo tiene muchos adeptos y sabemos lo muy beneficiosa que es para la salud.
En las actividades que propongo practicamos diferentes tipos de marchas para que puedas conectar con tu propio ritmo y elijas el que mejor te conviene o necesitas en cada momento.
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